Ser único. Ser feliz.

- Eso no es normal

- Lo sé. Pero, ¿quién quiere ser normal?

martes, 7 de junio de 2011

Lo que ocurrió otra noche en el sillón rojo

El ambiente estaba cargado de impotencia, y las nubes se encendían rabiosas en el fuego del atardecer. Era viernes, hacía frío, y la tierra estaba mojada. Sus ojos no sabían si ella quería que ellos lloraran para hacerle un pulso a las nubes, o si lo que su corazón pedía realmente a gritos era chillar hasta quedarse ronca. Sin embargo, no lloró y no chilló. En contra de lo que ella misma había aconsejado tantas tardes de diciembre, se lo guardó todo dentro con las esperanzas de que aquella maraña de dolor no explotara haciéndole caer sobre esa tierra mojada. De repente no le importó lo más mínimo lo mojada que estuviera la hierba de esa cuestecilla que nace justo delante de la cristalera, así que decidió tumbarse en ella mojándose las medias, la falda, el pelo y las cejas. Quiso fundirse con esa hierba, desaparecer para siempre. Pensó que quizás esa falda verde que descansaba sobre sus caderas podría ayudarle a fundirse con el paisaje, a pasar desapercibida, a camuflarse y a pertenecer por un rato a la naturaleza. Dejó la mente lo más blanca que pudo, pero algo no le dejaba conseguirlo. Cansada de intentarlo decidió que un paseo en moto podría sentarle bien. Dio un paseo sin rumbo. El viento le daba fuerte en la cara. Siempre le había agobiado bajarse la visera, pero es que además aquel viernes lo último que necesitaba era sentirse encerrada. Aceleró lo más que pudo como si quisiera escapar de un perro rabioso. Sin embargo, nadie le perseguía, y en las calles inhóspitas de viernes por la noche sólo se encontraban su moto, su figura y su pena.
En mitad de una recta, sin apenas avisar, se le dibujó una media sonrisa. Como por arte de magia le vino a la cabeza una idea para transformar esa sonrisa en una sonrisa entera, y aunque lo más probable era que tan sólo fuera una locura, no pretendía demostrarle a nadie que estaba cuerda. Sabía perfectamente que sólo en el sillón rojo podría recuperar la otra parte de su sonrisa incompleta, así que se dirigió hacia allí con el rostro inundado por aquella mueca.



Cuando llegó, el sol todavía estaba bastante encima de la montaña, y los tonos anaranjados, rojos y morados pintaban el paisaje a su antojo. El sillón estaba húmedo, pero sólo era agua que se mezclaría con las gotitas que la hierba dejó previamente en su falda. Así que con su habitual falta de glamour se tumbó en él a observar con detenimiento la playa. No pudo evitar pensar en todo lo que él le había contado sobre aquel sillón y su vista, porque aquellas palabras calaron bastante en su alma. Quiso pues buscar una historia sobre la que escribir entre aquellas olas que chocaban bravas contra los barcos del puerto, y sin darse cuenta empezó a sonreír mientras el sol ya se marchaba. Aquel sol, y una luna tímida que apenas empezaba a dibujarse la hechizaron hasta tal punto que no advirtió que alguien llegaba por detrás. En realidad no supo que no estaba sola hasta que él le tapó los ojos pillándola por sorpresa. Supo que era él porque olía mucho a él, pero cuando iba a destaparle los ojos ella puso sus manos encima impidiéndole hacerlo. Él atónito y desconcertado por la situación comenzó a hablar:
  • ¿Qué hace una chica como tú en un sillón como este, empapada y queriendo tener los ojos tapados?
  • Necesitaba venir aquí. Necesitaba confiar que el sillón rojo podría hacerme desconectar . Pensaba que me habías dicho que podía venir aquí cuando quisiera, pero si quieres me marcho...
  • Shhh. Es sólo que si te tapo los ojos no vas a poder ver tu primer atardecer sentada en el sillón rojo.
  • Si te sientas conmigo, te dejo que me los destapes.
  • Claro, pero antes ¿no crees que deberías cambiarte de ropa? Estas empapada, y vas a ponerte mala. Voy a por una sudadera y te quitas al menos la camiseta, que en esta casa hay sudaderas lo suficientemente grandes para taparte enterita y que recuperes un poco la temperatura.
  • Ni hablar, tu te quedas aquí conmigo hasta que el sol quiera irse. Además tampoco tengo tanto frío.
  • Estas loca. Pero bueno, me quedaré hasta que se vaya.

Contemplaron el cielo en silencio unos cinco minutos hasta que el Sol comenzó a esconderse, fue entonces cuando ella comenzó a sentir que la ropa mojada comenzaba a hacer de las suyas. El chico le tocó las manos para comprobar su temperatura. Se dio cuenta de que estaba fría como un témpano y no pudo evitar ponerse serio. Dio un salto y se dirigió hacia su casa. Volvió enseguida con una sudadera y una toalla en una mano y una guitarra en la otra. Le dio la sudadera y la toalla y se sentó en el sillón a afinar la guitarra.

  • Toma. Puedes cambiarte en mi casa si lo prefieres.
  • No quiero molestar, es tarde. Me cambiaré aquí si prometes no mirar. Aunque de todas formas pensaba darme la vuelta.
  • Como quieras. Te prometo que intentare no mirar, aunque ya te he visto miles de veces en bikini.
  • Bueno, pero me pone nerviosa que se me queden mirando- decía mientras se daba la vuelta y se quitaba la camiseta.
  • ¿A sí?¿Te pone nerviosa? Entonces igual debería de mirar un poquito.. - decía mientras miraba de reojo- pero sólo para sacarte de quicio y esas cosas, que ya sabes tú que es una de mis aficiones.- Ella había acabado de secarse el pelo, y trataba por todos los medios de buscar las mangas de la sudadera para dejar su pecho desnudo el menor tiempo posible. Sin embargo, su amiga la torpeza convirtió aquella escena, que él miraba por encima del cuerpo de la guitarra, en una situación divertida de la que no pretendía perderse detalle. Al fin logró ponerse la sudadera, y se dio la vuelta rápido tratando de cazar la mirada indiscreta de él, pero no lo consiguió. Se sintió un poco confusa porque habría apostado el brazo a que al girarse se habría topado con su mirada infraganti, pero los reflejos de él le permitieron que diera la sensación de que llevaba todo ese tiempo afinando la guitarra. Él se dio cuenta, pero consideró que antes de hablar sobre ello debían hablar sobre otras cosas:
  • Oye señorita,¿por qué has venido aquí un viernes por la tarde? ¿Hay algo de lo que necesites hablar?
  • No era nada que el sillón rojo no pudiera solucionar, así que ya que lo he olvidado prefiero no hablar sobre ello.
  • ¿Estas segura? Aquí tienes un hombro sobre el que llorar, o un hombretón al que abrazar...
  • No quiero llorar más, porque si lo hago voy a secarme. Y respecto a ese abrazo del que me hablas, deberías de saber que para la chica que está sentada en este sillón éstos siempre son bien recibidos.

Estuvieron abrazados unos instantes saboreando el momento en los últimos instantes de aquel atardecer. Aquella situación era extrañamente agradable, sin embargo él se separó sorprendido por lo mucho que ella tiritaba:

  • Estas tiritando muchísimo. Tenías que haberte cambiado antes chiquilla. A veces me sorprende la intensidad con la que quieres vivir las cosas que te pasan por pequeñas que parezcan y sin pensar en las consecuencias, mientras que otras veces puedes tirarte una semana dándole vueltas a un mismo tema para tomar una maldita decisión insignificante.
  • No tirito sólo de frío.
  • ¿Se puede tiritar de más cosas?
  • ¿Quieres que te enseñe de que más se puede tiritar?
  • Por supuesto, me muero por saberlo- dijo con una mirada entre pícara y desafiante.
Ella decidida a ser una buena profesora , se dispuso a dar su clase práctica de sensaciones. Levantó la mirada y clavó sus ojos en los de él. A continuación se acercó despacio, y cuando estaba lo suficientemente cerca se remangó la sudadera y subió su mano por la espalda de él. Aquello tan sólo era una clase práctica de sensaciones, con el único propósito de transmitirle lo que ella había sentido al abrazarle, sin segundas intenciones camufladas. Sin embargo no era difícil adivinar que no era una casualidad que a ambos les encantara estar cerca del otro. Él tenía los ojos cerrados, ella exprimía la situación para contarle sin palabras como una corriente recorría a menudo su espina dorsal en ese tipo de momentos. Una vez llegó a su cuello se separó y se decidió a preguntar si había comprendido bien lo que ella quería transmitirle:
  • ¿Has sentido algo?
  • Me has puesto los pelos de punta. ¿ Cómo haces eso?
  • Parece mentira que me lo preguntes cuando hace unos instantes tu has hecho lo mismo conmigo.
  • ¿Y que narices quiere decir que podamos helarnos la sangre mútuamente con tan sólo un abrazo o un dedo que surca una espalda?
  • Supongo que sólo quiere decir que nunca me había abrazado ningún semimúsico con la guitarra en la mano, porque como ya sabrás los músicos son mi debilidad. Y respecto a ti, digamos que igual yo jugaba con ventaja porque tenía la mano tan fría que era difícil no conseguirlo.
  • No digas estupideces, sabes de sobra que...
  • Shhhh. No digas nada. Sólo quería sacarte de quicio. Ahora estamos empate.
  • Entonces...
  • Shhh entonces nada. Buenas noches. Mañana me iré pronto y ni te enterarás, pero ahora vete a tu cama.
  • Pero ¿qué dices?¿ Vas a quedarte aquí a dormir? Ni hablar, entremos dentro y te apaño una camita en un momento.
  • Esto no será lo mismo si no me quedo en el sillón rojo. Puedes pensar que estoy loca por querer dormir aquí en pleno mes de marzo, pero si hay algo que necesito esta noche es hacer lo que realmente quiero yo sin pensar lo más mínimo en lo que los demás esperan de mi. Así que como probablemente mi madre esté pensando que dondequiera que esté seré responsable, hoy he decidido que no quiero serlo. No es que quiera ir de rebelde para demostrarle a nadie que puedo serlo, es sólo que estoy harta de perderme cosas estupendas como una noche bajo la luna porque eso no esté permitido. Es que yo no le hago daño a nadie quedándome aquí, así que por favor déjame...
  • Shh- esta vez fue él quien le dejó con la palabra en la boca. Puso un dedo en vertical en sus labios y presionó lo que le impidió hablar. Después añadió: - Vale esta bien, esta bien. Pero no pensarás que voy a dejarte aquí sola para que mueras congelada ¿verdad? Mira, hacemos un trato. Si tu me dejas que me quedé aquí contigo, yo te juro que en esta noche sólo vas a hacer lo que te pidan las tripas. Ni mas ni menos. Tú dime que es lo que te apetece hacer, y lo hacemos sin más. Sin que importe lo que nadie espere de ti. Ni siquiera yo. Te juro que esta noche va a ser sólo del semimúsico y la mujercita desastrosa.
  • Esta bien. Entonces, enséñame a tocar la guitarra.
  • Eso está hecho pequeña.


Aquella noche ella aprendió algún que otro acorde, pero también aprendió que los ojos de él eran más brillantes desde el sillón rojo, y que sobre todo él debía de tener un superpoder por el cuál no pensó en aquella pena que tanto le atormentaba hacía tan sólo unas horas ni una sola vez. Él por su parte descubrió que la sangre helada le volvía loco, y que al fin y al cabo todo ese rollo de construir las cosas despacito y con buena letra merecía la pena si por el camino se iban descubriendo tanto los defectos como las virtudes. Ella se durmió antes, y mientras tanto él entre bostezos recordaba la imagen de la figura de aquella chiquilla que tenía ahora sobre el pecho luchando por ponerse la sudadera. Pensó también en la cara de tristeza que se le había puesto cuando había tratado de pillarlo observándola, y en lo mucho que le gustaba sacarle de quicio. Después cerró los ojos y calló exhausto.
Ala mañana siguiente ella se despertó por la luz, y se dio cuenta de que él había ido a por una manta. Trató de levantarse sin despertarlo, pero aunque ella creyó que lo había conseguido, en realidad él se despertó en el mismo momento en el que ella se levantó del sillón. Ella volvió a cambiarse en silencio. Y cuando se disponía a marcharse, él trató de impedírselo:
  • Espera- dijo cogiéndola de la mano.- Quédate un rato más y así desayunas aquí
  • Gracias, pero tengo que ir a descolocar un poco las cosas para que cuando se despierten mis padres piensen que realmente he dormido allí. Sino van a sospechar de tanto orden- le sonrió.
  • Pero bueno, ¿no fuiste tú la que anoche decía que daba igual lo que otros esperaran de ti? Vamos quédate, te saco aquí el desayuno. Así serás la primera chica del mundo que ha desayunado en un sillón rojo en primera línea de pantano.-llevaba unos vaqueros desgastados, unas converse y el pelo algo revuelto de no haberse peinado todavía, cosa que de cierta manera le atraía.
  • Es tentador, pero este sillón ya ha sufrido demasiadas emociones. Nos vemos luego.- se acercó y le dio un beso en la mejilla. Después se alejó con aires de muchacha mañanera dejando a ese pobre semimúscio algo confuso.


Pauli
16/marzo/2011
pd: ese sillón es la clave.
Pd2: no sé escribir, no tengo ni idea de literatura, tan solo juego a quitarme la armadura. (fito)


hoy dia 7 de junio pienso en el sillón rojo


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