Ser único. Ser feliz.

- Eso no es normal

- Lo sé. Pero, ¿quién quiere ser normal?

La chica de los zapatos rojos


Quedan cinco horas para que se acabe el año. Cinco. Ni más ni menos. Por más que lo miro, el techo de mi habitación no parece afectado por este cambio en el calendario. En cinco horas nacerá lo que tantos y tantas han considerado el año del fin del mundo, pero el techo de mi habitación no parece inmutarse. No da la sensación de que esté nervioso, ni siquiera expectante. No, no hay rastro de nada de eso. Tampoco parece dispuesto a vestirse de gala, ni tiene pinta de planear emborracharse pese a que yo pude darle envidia cuando planeé ambas cosas hace un par de semanas. Él sigue tan blanco como siempre: ausente, pasivo, sin ganas de que el año que amenaza con empezar en cuatro horas y cincuenta minutos venga cargado de nada en concreto.

A pesar de todo yo lo miro. Sí, lo miro y me inquieta. Me inquieta, pero sigo quieto. No sé qué cojones hago desperdiciando estas últimas cuatro horas y unos cuantos minutos de este viejo y desgastado año mirando al techo.



Suena mi teléfono. Sin apenas moverme lo miro. La avalancha de felicitaciones ya ha empezado: tengo cinco y subiendo.¡Anda! cinco mensajes a cinco horas de que empiece el año. Bueno, en realidad ya no quedan cinco horas. Me parece que estoy delirando.

Mi teléfono vibra de nuevo, y yo me espero que el sexto mensaje de la noche sea la causa de ello. Sin embargo, no es así en realidad mi móvil vibra porque me han invitado a un grupo en el que algunas de mis amigas discuten sobre la vestimenta que lucirán en la fiesta de esta noche. Discuten por discutir porque ninguna está dispuesta a modificar su modelito. Están locas. Ni una se salva. Una de ellas manda una foto con una toalla enrollada en la cabeza y unos altísimos tacones en la mano dando a entender que la idea de los tacones rojos ha sido sólo suya. Como decía: está loca. Se piensa que si lleva el color de la suerte en los pies este año esa suerte guiará sus pasos.Bueno,quizás no lo piensa, pero le gusta la idea. Las demás mandan piropos por la sensualidad de la foto y comienzan a enumerar las prendas rojas que llevarán esta noche. Todas parecen haber optado por la ropa interior roja. “¡Quien pudiera verla!” pienso mientras miro de reojo el techo.

Definitivamente están locas. Locas de atar. Locas perdidas todas sin excepción. Y ¿para qué nos vamos a engañar?: esa locura a nosotros nos engancha. Es más, la loca que se enrolla la toalla en la cabeza al salir de la ducha y se atreve a mandar una foto con las pruebas del delito, a mi me vuelve loco. Y mira que yo soy cuerdo de nacimiento. Bueno, supongo que no me creeréis después de haber leído cómo reflexiono sobre el techo de mi habitación. Pero es que este techo es tan blanco...



Dejo el teléfono en la cama y vuelvo a mis cavilaciones sobre él. Ya sólo quedan cuatro horas y media para que den las campanadas, y el techo sigue mudo. Me repatea que le importen un bledo mis preocupaciones, sobretodo porque llevamos conviviendo como unos diez años. Aunque, pensándolo mejor, yo nunca me he interesado lo más mínimo por sus aficiones. Pero ¿qué hago?¿Estoy cuestionándome cuales son los intereses del techo de mi habitación? ¡Madre mia!, esa chica me ha contagiado más de lo que pensaba. Esta loquísima. No tiene remedio. Pero es tan, tan... No sabría describirla con un adjetivo, así que puestos a hacer confesiones he de admitir de una vez que me encanta...

¡Maldito techo! No suelta palabra el muy imbécil. Yo aquí contándole mi vida y él ni siquiera me ha preguntado por qué razón decidí comprarme una corbata nueva para esta noche. No le interesa o no quiere agobiarme. ¡Pues me da igual que no le interese!, y ya estoy agobiado, así que voy a contestar esa pregunta que el techo no me ha formulado: hace tiempo esa loca que está tan sexy con una toalla en la cabeza admitió que los hombres con traje eran una de las causas de su enloquecimiento, así que,como yo ya tenía traje, al ver esta corbata roja en una tienda pensé en que sería fabuloso darle la vuelta a la tortilla y convertirme yo, por una noche, en la causa de su locura. ¡Segunda confesión en treinta minutos! Menos mal que aunque yo me empeñe en hablarle el techo, no se está enterando de nada. Aunque claro está que si alguien sabe todo lo que he pasado por esa chica es él mismo. Bueno, bueno, ya está bien de dramas y confesiones sentimentales: hoy es un día feliz. Bueno, hoy o mañana. ¡Seré estúpido! Estoy perdiendo la cabeza y no sé si eso es bueno. Lo dejaré en que no puedo lloriquear más porque esta noche va a ser histórica y tengo que estar concentrado. ¿Pero cómo cojones voy a concentrarme borracho perdido? Esto empieza a ser una rayada importante ¿eh?, y es prácticamente todo culpa del techo. Pues sólo para que se fastidie pienso beber. ¡Ya lo verá, ya! Si entro en la habitación dando tumbos ya verá de lo que soy capaz. Y si no es así, será porque llegaré al alba con una sonrisa en la cara por haber metido esta noche dentro de la lista de las mejores de mi vida. En ese caso, ya no estaré borracho: el alcohol me habrá bajado después de horas repletas de emociones, pero la felicidad que experimentaré me llenará más que entrar en mi habitación pavoneándome de que he bebido.


Todos beberán esta noche, eso lo tengo claro. Seremos parte de los miles de adolescentes que hoy se valgan del alcohol para divertirse. Pero nosotros no somos típicos. No. Aunque hagamos lo típico, este lago es un mundo aparte. Nadie sabe que es, y nosotros apenas nos damos cuenta, pero todos los forasteros que vienen aquí se van maravillados por las particularidades de sus rincones, sus gentes y las emociones que aquí se cuecen en las cuatro estaciones del año. Y querido techo, he de decir que yo adoro este lago. Lo adoro a él y a todos los personajes que hoy se van a emborrachar conmigo. Bueno, a los que están aquí hoy y a los que no han podido venir esta noche. Adoro nuestro ejército de motos y los cada vez más numerosos coches. Y adoro sobre todo haberme empapado de esa locura contagiosa que tantos y tantas desprenden por los poros de la piel. No estamos bien de la cabeza, aunque cada uno a su manera.

Ahora que caigo, me han contagiado tanto ese grupillo de taradas, que no he podido evitar comprarme la corbata roja. Joder, lo he hecho. Voy a llevar una prenda roja esta noche.¿Será que me han hecho creer en el poder del rojo para traer suerte? ¡Buah!, ni idea, pero está claro que si quiero enloquecer a la chica de los zapatos rojos necesitaré suerte y un nivel relativamente alto de alcohol en sangre. Sí, voy a emborracharme. Beberé para olvidar lo malo de este año al que sólo le quedan cuatro horas y cinco minutos, pero también lo haré para brindar por que este nuevo año venga sonriendo. ¡Un momento! ¿Sólo quedan cuatro horas y cinco minutos? ¡Madre mía! ¡ No hay tiempo, tengo que ducharme!

Absurdamente agobiado me desnudo en menos de diez segundos. Ahora mi móvil vibra insistentemente, pero no tengo tiempo de contestar. ¿O sí lo tengo? ¡Que va! ¡Si me quedan apenas cuatro horas para convertirme en alguien terriblemente irresistible para una loca a la que le encantan los hombres trajeados! Puede parecer que con cuatro minutos un tío está listo de sobra, pero esta noche es diferente: todo el tiempo del mundo es poco para estar a la altura de lo que aspiro esta noche.Y además tengo que cenar, y que afeitarme, y ponerme esa colonia que huele tanto a lo que ella le gusta que olamos: a hombre. Lo sé de sobra, adora el olor a “hombre”: no será porque no lo ha repetido veces... Quiero seducirla, quiero que pierda el control, y para eso no tengo más remedio que ser irresistible a sus ojos. Y yo sé como conseguir eso. Lo sé porque tomo nota de cada pista que ella deja sobre aquello que de alguna forma le desconcierta. Bueno, haré lo que pueda. Tengo que dejar de agobiarme y andar hacia el baño: ella se fija en cosas que yo no alcanzo a comprender y, sin embargo, las que para el resto de los mortales son imprescindibles, para ella son sólo accesorias. Así que, la clave está en ser yo mismo aunque trajeado cual seductor para esperar así a que ella encuentre en mí lo que quiera que tiene que encontrar para concluir que somos compatibles.¡Qué difíciles son las mujeres!¡Si está clarísimo que somos compatibles, tía! Sino ¿a cuento de qué cuando me miras me quedo empanado? ¿ y por qué iba a colapsarme cuando me regalas una sonrisa si no es porque entre nosotros hay química? Ella no se entera de nada porque está loca. Así que tendré que darme prisa si quiero completar con éxito mi plan de empezar el año con ella entre mis brazos.



Completamente desnudo ando por el pasillo y dejo en mi habitación al techo como único vigilante de mi móvil. Es curioso, pero frente a la indiferencia del techo por lo que se nos viene encima, mi móvil está frenético, hiperactivo, saturado. Seguramente las chicas sigan a lo suyo escribiendo grandes parrafadas en el chat para asegurarse de que ninguna aparecerá con el mismo vestido que su amiga. Mujeres: preocupadas por tener un vestido exclusivo y sin darse cuenta de que nosotros sólo nos fijamos en lo buenas que están con o sin ellos puestos.Y yo me pregunto: ¿Cómo narices pueden preocuparse por la raya de ojos que ponerse si cuando estemos borrachos apenas seremos capaces de bailar con ellas?¡por el amor de Dios! ¡Prácticamente ninguno vamos a fijarnos en el color de la raya de ojos! Me hace gracia que una panda de borrachas como esta, no haya caído aún en la cuenta de que el ron provoca que los ojos no enfoquen demasiado bien, y por tanto, los detalles como el perfilado de los ojos de las mujeres por suerte o por desgracia se nos escapen. ¡Tanto pintarse, tanto pintarse cuando al final nuestros ojos van siempre a lo mismo!: Escotes. Podría aseguraros que en eso si que nos fijamos la gran mayoría.Si es que los hombres además de en la personalidad nos fijamos bastante en la “pechonalidad”. Y me duele admitirlo, pero es innegable: aunque no sea lo más importante, a la larga, unas buenas tetas en su sitio...Ya lo creo que si: unas tetas bien grandes ¡Uf !Mejor dejo el tema que no quiero ponerme más nervioso y probablemente esta noche más de un escote consiga hacerse con mi atención.



Al fin me meto en la ducha. Estoy hoy muy cansino. Abro el grifo y una cascada de agua gélida aterriza sobre mi espalda. Doy un respingo y lo cierro rápidamente. El gracioso que ha puesto el agua fría por defecto ha conseguido mosquearme. Puede que hoy yo esté más empanado de lo normal, pero el grifo a tope de frío no se pone solo. Ha sido el cachondo de mi hermano, no cabe duda. Lástima que no esté en casa porque ese mequetrefe se merece una buena colleja por haberme congelado los huevos y las ideas a partes iguales.¡Qué asco le tengo al canijo cuando hace de las suyas!Me saca de quicio que se las dé de que es un adolescente al que la vida no le comprende cuando aún no tiene ni un sólo indicio de pubertad en su cuerpo ¿Qué sabrá él de la dura vida del adolescente incomprendido al que sus padres a menudo contradicen porque tienen que hacerlo? Abro el grifo de nuevo, pero esta vez el agua está templada. Es agradable sentir el agua resbalar por mi cuerpo mientras sigo con mi interminable argumentación que denota que estoy terriblemente nervioso por esta noche. Deben de quedar tres horas y cincuenta y cinco minutos, pero no quiero pensarlo, no quiero agobiarme.



Volviendo a la ardua vida de la que hablaba hace unos instantes,en mi opinión, mis padres consideran que tienen que prohibirme todo lo prohibible para que yo me lo salte, ellos me pillen y así enseñarme cuánto saben de la vida. Pero no sólo mis padres, yo comprendo que no soy el único que se come discursitos paternos. Eso es algo impregnado en la mente de prácticamente todo aquel que tiene adolescentes en casa. Es casi como un acto reflejo que surge para que los hijos no se te desmadren. Y no me parece mal, al contrario me parece justo y necesario pasar por ello. Pero me jode soberanamente que más de una prohibición sólo tenga como argumento para sustentarse el famoso “porque lo digo yo” que viene en el manual del padre. Y es que, ese manual incluye muchas estupideces que, aunque todos las odiamos cuando estamos en el lugar de quien tiene que callarse la boca y escuchar al padre y nos prometemos que nunca las diremos nosotros, al final, cuando tú eres el que tienes hijos, acabas recitándolas igual. Son estas estupideces como refranes de tradición popular que se transmiten oralmente de padres a hijos y que quedan finalmente grabadas en la mente de aquel que tiene un hijo cuando se la encuentra escrita en ese dichoso manual. Y es que debe reconfortar decir tópicos como: “mientras vivas bajo mi techo harás lo que yo te diga” o “ cuando yo tenía tu edad mis padres no eran tan comprensivos como lo somos nosotros contigo” Aunque entre mis favoritas también se encuentran frases míticas como: “Aunque no te lo creas yo también he tenido tu edad” o “ Cuando seas padre comerás huevos”.

Yo entiendo que en general los padres siempre quieren lo mejor para sus hijos, pero no todos somos iguales, y por eso no creo que para ser buenos padres sea necesario acudir a estos tópicos. Un claro ejemplo me parece que los padres acudan al típico castigo de “ pues te quedas sin cenar” tan sólo porque sale en todas las películas americanas y por tanto parece un castigo lo suficientemente severo. No obstante, algunos padres no caen en la cuenta que, habiendo coliflor para cenar,el niño está más que encantado de recibir ese castigo. No quiero irme más por las ramas. Llevo cinco minutos enjabonándome el pecho y dándole vueltas a las frases, los castigos y la coliflor. No, si al final va a ser verdad que es mucho más difícil la vida del padre. ¡Que me lo digan a mi que no me queda nada para adentrarme en el mundo de los adultos! No quiero ni pensarlo. Será mejor que disfrute de mi preciosa cabellera no vaya a ser que en unos años decida empezar a caerse. Cojo un poco de champú y me lo doy por ella como si me hubiera prometido a mí mismo que voy a cuidarla y mimarla. Me la aclaro con abundante agua y, justo cuando estoy a punto de terminar, alguien llama a la puerta del baño. Oigo mi nombre y cierro el grifo para ser capaz de entender lo que mi madre tiene que decirme al otro lado de la puerta. Sólo me avisa de que son ya las nueve y que cenaremos enseguida, y añade que esta noche no tengo hora para volver a casa aunque sin que sirva de precedente. Le doy las gracias unas quince veces a gritos, aunque soy consciente de que mi padre habrá tenido bastante que ver con esa idea.

Sonrío como un idiota imaginando las ventajas que puede proporcionarme una noche entera para llevar a cabo mi plan. ¡Qué oportunos han sido dejándome vía libre justo hoy!

En realidad admiro a mis padres, y sé que esta es la tercera confesión de la tarde, pero ciertamente me alegro de que discutan conmigo y que las concesiones vengan gradualmente a medida que voy cumpliendo años. La realidad es que si yo hiciera lo que me diese la gana quizás significaría que mis padres se habían quedado en una etapa casi adolescente, y por tanto no serían capaces de guiarme hacia lo que me puede hacer bien. Parece lógico que unos padres que andan perdidos por el camino, no puedan ser capaces de guiar lo más mínimo a sus hijos inexpertos y desorientados. Así que aunque no haga más que quejarme, sé que tengo suerte.



Ya estoy limpio, y no puedo perder más tiempo a sólo cuatro horas de que todos los españolitos podamos disfrutar de las doce campanadas que en nuestro país anuncian la llegada de un nuevo año.

Salgo de la ducha y me enrollo una toalla a la cintura. Voy a secarme también el pelo, y al encontrarme cara a cara con la toalla, no puedo evitar pensar en la foto que ella nos mandó a todos con los tacones en la mano y las gotitas de agua aún resbalando por su piel. Jodidas gotas esas que pueden moverse a sus anchas por su cuerpo.Pueden verla desnuda y tocarla. Pueden dibujar su figura y recorrer sus contornos. Pueden hacerle sentir un escalofrío al resbalar por su espalda. Y lo que es peor aún: pueden contagiarme a mí ese escalofrío sólo con imaginarlas sobre ella.Será mejor que nada de toallas por el momento, me secaré el pelo al aire. Prefiero no entretenerme en imaginarla sin la toalla y con esas gotitas traviesas como las que ahora se posan en mi piel. ¡Joder!, ya lo estoy haciendo otra vez, pero ahora es más real aún. Pienso en ella sonriéndome. Pero no me fijo demasiado en su sonrisa.Las dos toallas que llevaba están en el suelo y ella tan desnuda y tan mojada me mira a mí. Se ríe y se acerca peligrosamente. Mi corazón pisa el acelerador y siento ganas de besarla. Está desnuda y yo, yo no sé como estoy. ¡Cómo pase alguien ahora por el pasillo va a pensar que me he fumado algo raro porque estoy con los ojos cerrados,la boca entreabierta y una toalla enrollada en la cintura!Los pensamientos se difuminan poco a poco mientras ando pausadamente hacia mi habitación¡Si es que es ella que me provoca! ¿A santo de que tenía que haberme enseñado lo tremenda que está cuando sale de la ducha? Bueno, no es culpa suya: aunque me proponga no imaginarla sin querer lo hago. Es normal, o al menos eso creo. Lo que pasa es que si me pone nervioso cuando se acerca a mi en mi imaginación, no quiero ni pensar cómo estaré si consigo tenerla a unos milímetros de distancia.

Bueno, debo de decir que al menos no hay problema con la pérdida de tiempo que podría suponer una mujer tan loca y deseable desnuda pululando por mi cabeza, porque no me cuesta demasiado sosegarme y antes de llegar a mi habitación ya he aparcado esos jodidamente bonitos pensamientos.



Mi madre pega un berrido desde la cocina,y me dice que en diez minutos vendrá mi hermano y cenaremos. Son las nueve y cinco y el techo de mi habitación sigue sin aparentes signos de entusiasmo por que vayamos a cambiar de año. Dejo caer la toalla al suelo, y desnudo cojo mi móvil que parece esquizofrénico con tanta luz y tanta vibración. Tengo unos cuantos mensajes que ya contestaré cuando me sienta inspirado. Y en el chat, como era de esperar, las chicas han estado discutiendo durante cuarenta y cinco minutos. No me apetece leerlo todo. Además, no tengo tiempo para hacerlo, pero apunto estoy de cerrar la conversación cuando veo un envío masivo de fotos de algunas de las chicas, y no se muy bien quienes son las que no han enviado esas fotos pero sí que me doy cuenta de que falta una en concreto: la de ella. Abro los ojos como platos al comprobar que a mi teléfono se envían casi quince fotografías en las que cada loca que se ha apuntado a esta locura ha fotografiado la lencería que lucirá esta noche. Muchos han puesto comentarios calientes ante la llegada masiva a sus teléfonos de estas sugerentes fotos. Y como para no hacerlo.Pero ¿es que se han vuelto aún más locas? Si es que cómo no van a engancharnos las muy cabronas: tangas, culottes y sujetadores inundan la pantalla de mi teléfono. Los hay con encaje y con relleno, lisos y con graciosos dibujitos navideños, pero todos rojos, eso sí. ¡Madre mía! Por mucho que me alegren la vista, voy a borrarlas ahora mismo que parezco un psicópata adicto a la ropa interior roja. En ello me encuentro, cuando me topo con la foto de la chica de la toalla enroscada en la cabeza con una fresca sonrisa y los ojos brillantes aún sin maquillar. “Esta no la borraré” pienso prometiéndome a mi mismo que intentaré no volver a imaginármela sin toalla.

Dejo el móvil sobre la cama y ágilmente me pongo los calzoncillos, los calcetines y los pantalones. Me abrocho la cremallera y el botón del recién planchado pantalón, y me acerco al armario para descolgar la camisa.

¿Por qué no habrá fotografiado ella su lencería? Si no quiero volverme loco, la verdad es que es mejor no verla, pero me extraña que no haya querido participar en la locura porque yo creo que es la más loca con diferencia. Quizás le parece que la ropa interior es algo demasiado íntimo como para que todos la veamos en nuestros móviles. Sí, será eso, porque la verdad es que no le pega nada irse exhibiendo por ahí. Y además no lo necesita, porque con poco que enseñe ya nos tiene revolucionados a más de uno.

El techo de mi habitación parece estar de acuerdo con mi afirmación porque no dice nada en contra. Pero me pica la curiosidad y, aún desnudo, cojo de nuevo el móvil para buscar en la conversación de las chicas algún indicio por el cual ella no ha querido desvelar cómo de sexy habrá elegido para hoy la lencería. Me asalta entonces una pregunta existencial sobre la pinta que tendrá esa ropa interior y sobre mis deseos hacia ella: ¿Quiero verla? Será mejor que no lo haga si no quiero volver a las andadas con los pensamientos que me aceleran. Bueno si, que coño, claro que quiero hacerlo, pero lo que quiero es verla yo sin que los demás puedan. Quiero que sea mía, y que me acelere sólo a mí, así que realmente me gusta que no me haya mandado una foto.



Me echo Axe y comienzo a buscar alguna intervención suya en la conversación. Son las nueve y once minutos. Voy a contrarreloj porque en cuatro minutos debería de tener la camisa puesta y la corbata roja anudada, pero me gustaría ver si ella ha dicho algo respecto a la concentración de fotos sugerentes que sus amigas han mandado.

Me abrocho la camisa y con el tercer botón encuentro su primera intervención tras ese acontecimiento. Una de sus amigas le pregunta por qué ha enseñado los zapatos y no la ropa interior, y ella sencillamente contesta que le enseñará la ropa interior a quien tenga que hacerlo, que no es de interés común. Sus amigas se ríen, y algún listillo le suplica que se replantee su postura. Pero a mi me parece la cosa más sensata que he oído de esa chica a la que a menudo parece que la locura le posee. ¡Lo que daría por poder disfrutar de ese privilegio!¿Será que yo también le he pegado algo a ella? No, yo creo que más bien ella es una chica muy razonable, pero yo sólo conozco su lado alocado. Además, lo más seguro es que me haya gustado tanto esa afirmación porque intuyo en sus palabras que puede que tenga planeado enseñarle su ropa interior sexy a alguien en concreto, y aunque sea poco probable, tengo la esperanza de que ese alguien sea yo. No,no, no. No es momento de autocompadecerse ahora. Nada de esperanzas. Le haya atraído yo hasta ahora o no, esta noche cambiará todo, estoy seguro. Y a lo mejor no veo sus exhuberantes tetas aprisionadas en un sujetador rojo, porque quizás eso sea acelerar demasiado, pero estoy seguro de que esta noche va a marcar un antes y un después.



Cojo al fin la corbata. Me miro en el espejo y la anudo bien. Son justo las nueve y cuarto, así que debo ir al salón y aguantar los bochornosos comentarios que intercambian mis padres y mi hermano cada vez que decido arreglarme. Siempre que llevo traje se pitorrean de mí tratando de intuir a que chica tengo intención de conquistar. Pero es que encima hoy es peor porque, porque como sí que tengo intenciones, probablemente me pondré igual de rojo que mi corbata al segundo comentario. ¡Estoy deseando que se acabe la cena y ni siquiera ha empezado! Cuanto antes empiece, antes terminará. He de apresurarme a poner la mesa y así de paso ayudo a mi pobre madre que lleva toda la tarde preparando esta fabulosa cena que a mí no me apetece nada ingerir. Mi padre me ayuda con la tarea, y mi madre me besa la frente cuando se da cuenta de que su niño ya hace tiempo que vestido de traje se parece más a un agente secreto, que a un niño haciendo su primera comunión. Parece que hoy la cena va a estar más cargada de emotividad que de comentarios jocosos acerca de la relación entre mis sentimientos y mi vestimenta.



Mi hermano entra por la puerta sofocado. Llega tarde para variar, pero esos quince minutos de retraso hoy mi madre se los perdona por el simple hecho de que es el único niño que le queda, y sabe que pronto eso cambiará aunque duela.

Coloco la jarra del agua en la mesa y, con todo preparado, me siento en un sofá a revisar si hay novedades en mi móvil desde el último vistazo. Mi madre mientras tanto termina de preparar el cochinillo que nos comeremos para despedir el año. Son sólo las nueve y treinta y dos, pero yo ya tengo diez felicitaciones en mi bandeja de entrada. Mi hermano y mi padre ocupan su sitio en la mesa. Tras esto, aunque sin nada de apetito, me levanto del sofá, dejo el móvil en una mesa y me siento también. Llega entonces mi madre con el cochinillo entre las manos. Y cenamos tranquilamente mientras mi hermano cuenta unas mil batallitas sobre su día a las que yo no presto nada de atención. Mis padres ríen escandalosamente y yo sonrío porque no me entero de ningún chiste. Mi cabeza está completamente concentrada en esta noche, y no me apetecen ni gambas, ni cochinillo, ni chistes baratos. Sólo quiero que llegue mi oportunidad de una vez, y no me parece muy apropiado oler a gamba cuando llegue la hora de causar la primera impresión. Porque no será ésta la que cuenta, pero yo quiero ser apetecible en todas y cada una de las impresiones que ella se lleve hoy de mi.

Parece que ya sólo queda el postre. Mi madre trae una inmensa bandeja con al menos cuatro tipos de dulces navideños en ella. Y mi padre se levanta a por cuatro copas de champán. Yo sigo dándole vueltas a qué ocurrirá dentro de algo más de cuarenta y cinco minutos, porque son las once y cuarto, pero la fiesta empezará como mínimo a las doce y media.

¡Se me ha olvidado ponerme la colonia! ¡Mierda! Si es que estoy en Babia. Tengo que ponérmela porque ella siempre me ha dicho que esa colonia le gusta. A ver si se acaba la cena y puedo mirar el móvil, lavarme los dientes y echarme colonia. Brindamos varias veces, y mi hermano arrasa con el turrón de la bandeja ante mi mirada indiferente. Mi actitud hacia la cena se parece bastante a la del techo conmigo, pero mantengo la sonrisa porque sobretodo mi madre se lo merece. Son ya las once y media y mi padre se levanta para contestar el teléfono. El enano y yo ayudamos a mi madre a recoger y dejar todo limpio y ordenado. Una vez todo en orden en la cocina, mientras ella saca las uvas de la nevera, mi hermano va a arreglarse,mi padre trata de acabar con la llamada telefónica y yo me voy al baño a hacer ese par de cosas que me faltaban.

Cuando por fin tengo buen aliento, y huelo como es debido, me apresuro para coger el móvil de nuevo y cotillear por fin las últimas apreciaciones que mis amigos dan para acabar el año. No hay nada demasiado interesante, pero será mejor tener el móvil a mano para ver cuanta gente decide felicitarme el año después de las campanadas.

Enciendo la televisión y con el cuenco con mis doce uvas me siento en el sofá pensando cómo estará viviendo el techo de mi habitación estos últimos minutos antes de que el año del fin del mundo se abra paso en nuestras vidas. Mi hermano me da el último empujón del año para tocarme los cojones a pesar de que tiene sitio de sobra en el sofá. Quedan seis minutos para que los españoles repitamos juntos otro año más la tradición de las doce uvas al son de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, y las imágenes que se nos ofrecen a los espectadores transmiten nervios, felicidad y juerga. Aunque para juerga la que nos vamos a pegar esta noche la gran mayoría de los que ahora sostenemos un recipiente con doce uvas. Esto es España, ¡joder!: tendremos que dar ejemplo para que a los extranjeros no se les olvide entre la enumeración de cosas típicas españolas la fiesta que tan de la mano va de la siesta para tantos turistas que vienen a nuestras tierras a disfrutar de la vida. Porque puede que otros muchos defectos nos caractericen, pero “Spain is different” para lo bueno y para lo malo. Así que, si somos de los más fiesteros del planeta habrá que enorgullecerse del privilegio.

Los presentadores hacen los últimos chistes antes de la cuenta atrás. Finalmente llega el momento. Suenan primero los cuartos y después las doce campanadas pasan tan rápido que mi mente sólo tiene tiempo de encargarse de masticar y tragar. El gracioso de mi hermano, por el contrario, ha decidido dejarse la última uva en la boca con la intención de escupirme. Suerte que le conozco lo suficiente para verle venir, y esquivo fácilmente el proyectil de babas que viene con uva integrada.



Mi móvil vibra y yo me abalanzo sobre él para ver quien ha sido el primero en felicitarme el año. ¡No puede ser! ¡Que alguien me pellizque! ¡¡¡Una felicitación de ella!!! Se me hace un nudo en la garganta, me cuesta respirar, mi corazón da un vuelco, y mis mejillas enrojecen. ¡Madre mía, ella ha sido la primera en felicitarme el año nuevo! Ni mis padres, ni mi hermano, ni los presentadores de la televisión, ni siquiera mis abuelos, quienes raudos cada año protagonizan la primera llamada. Nadie ha reaccionado antes que ella, y lo que es más importante sólo ha tardado unos segundos en acordarse de mí para felicitarme.¡Increíble! ¡Impensable! ¡Si pudiera enmarcaría este momento! No doy saltos porque no quiero levantar sospechas... ¡Un momento! Esto no es una felicitación para mí. Bueno si, es para mi, pero quiero decir que no sólo para mi. ¡Soy un estúpido! Me he emocionado tanto al ver su nombre que no me he fijado en el pequeño detalle de que el color morado de la frase me avisaba de que lo que ella ha mandado ha sido un difundido. Es decir, no era un mensaje para mí, sino un mensaje para todas las personas que le importan. Bueno al menos algo le importo. ¿Por que le doy más vueltas que un molino a algo tan insignificante? Además, es normal que no sea yo la primera persona en la que piense. O al menos aún no. Estoy seguro que no tardará mucho en notar la fuerte química que yo noto en cualquier contacto que tenemos.

En el chat unos pocos ya hablan de que es hora de que empiece la fiesta, y alguna loca admite que quizás ya le ha dado demasiado al champán para llevar sólo diez minutos del nuevo año. Otra se ríe afirmando que esta va a ser sin duda una gran noche. Y yo estoy de acuerdo. Ya lo creo que si. El techo de mi habitación me verá sin demasiados signos de embriaguez a mi vuelta porque volveré habiéndome dejado los efectos del alcohol en cada segundo de esta noche tan especial.

Pantalón, camisa, chaqueta, corbata, desodorante, colonia... ¿Todo en orden? Bueno, voy a echarme un poco más de colonia que al menos sé que ésta a ella le gusta. Me echo un poco, me miro al espejo, y parece que no he olvidado nada importante. Cojo las llaves del coche y me despido de mis padres que me miran como si en vez de de fiesta me fuera a la guerra y no fueran a verme en semanas, meses o años. Incluso me acojona pensar que teman por mi vida. Les sonrío tratando de tranquilizarles, aunque no haya nada que tranquilizar, y me voy.

Me meto en el coche. Me veo en el espejo, y la verdad es que si que me doy un aire a James Bond (como pensaba mi madre), aunque con ligar la mitad que él me vale. Meto la llave, piso el freno y el embrague. Doy el contacto. Arranco y quito el freno de mano. Enciendo la radio y suena Angel de Flypside. Subo el volumen. Curva pronunciada a la derecha y tarareo en mi cabeza“ You love music so I put it in song”. ¡Si es que ella está por todas partes! ¡Quien fuera músico, joder! Ella se derrite con esos tipos. Siempre que hablamos acabamos mencionando su incapacidad de controlarse ante las insinuaciones de un artista sacando sus sentimientos en forma de canción. Bueno, me parece que a la mayoría de las locas de sus amigas también les gustan mucho los músicos, será que es verdad que tienen cierto sex- appeal. Pero es que a ella concretamente la música le desconcierta: puede evadirse cuando suena su canción favorita sintiendo la fuerza de cada acorde, y cuando se pone a bailar... ¡Dios mío! Esas locas bailando están como para verlas. Porque encima se divierten haciéndolo, y casi por inercia nos divierten a nosotros. Notas que mecen sus caderas: “ She´s an angel,working on me”, lento,muy lento. Hipnotizan hasta al más duro cuando llevan el ritmo como si estuvieran a punto de desmelenarse, poseídas. Se mueven como poniendo a prueba tu autocontrol. Saben que no somos de piedra, y que a menudo nos rendimos ante sus sugerentes movimientos. Evocan, sugieren, provocan, se mueven. Incluso me atrevería a decir que más de uno puede sentir envidia de la música por ser capaz de provocar esa reacción en muchas de ellas. Y no es para menos, porque hasta la más difícil de alcanzar, puede ser desarmada por alguna melodía si la muy cachonda decide dejarse llevar. Esa es la clave: conseguir que esas locas que tratamos de conquistar pierdan la cabeza. Y la música consigue eso casi siempre: ellas bailan y disfrutan bailando.

Además,algunas de las mujeres que bailan cuando suena música se vuelen locas porque la sienten, pero las que ya estaban locas de serie, suelen saber contagiar la locura a aquellos que las miran. ¡Me parece a mí que a este paso vamos a llenar los manicomios! Son las mujeres las que nos llevan por la mala vida, para que luego seamos siempre nosotros a los ojos de sus padres los malos de la película. Pero claro, a ver quien es el listo que se defiende de las críticas de sus suegros argumentando que la única causa de su demencia, su descontrol, su impulsividad y su ansia es esa loca de su hija que domina el arte de la tentación de forma innata. Alguien tendría que convercer a su suegro de que las peligrosas son ellas, pero ningún suegro aceptaría ver a sus hijas como algún día vieron a la peligrosa de tu suegra. Aunque lo que es innegable,lo vean o no, es que sus niñas ya no son tan niñas,y encima bailan que desarman.

Mi corazón vuelve a ponerse frenético y yo acelero. Quiero verla. Seguro que esta preciosa. Preciosa como siempre, pero más arreglada que de costumbre. Aunque por mucho que a ella le preocupe el color de raya de ojos, me parece que me gusta más recién salida de la ducha, despeinada. Me gusta más en verano cuando tiene el cuerpo bronceado, castigado por un sol que convierte su carne en algo más apetecible si cabe. Me gusta más cuando es salvaje, pura, y parece que el deseo se ha encarnado en sus curvas. Me gusta sobretodo cuando está natural porque es ella misma en estado puro.

Pero si algo he aprendido de las mujeres, es que cuando crees que no es posible verlas más guapas, entonces descubren el modo de dejarte con la boca abierta de nuevo. Y estoy seguro de que esta noche será una de esas veces: esta noche probablemente estará disfrazada de mujer fatal desprendiendo seducción con cada pestañeo. Esta noche, tendré que hacer el esfuerzo de no parecer anonadado por su apariencia. Incluso apostaría a que esta noche irá con pinta de mala, pero tierna por dentro, como con ese lado salvaje que no le falta oculto, pero con ganas de salir. Porque está loca, y a mí me vuelve más que loco.

Sigo acelerando. La canción está a punto de acabar. “ And when I´m traveling throught the night I feel your light on me”. ¡Frena, joder! ¡Qué vas a matarte! Además ni eres James Bond ni está ella a tu lado provocándote. ¡Serénate! Si no controlas esos pensamientos cuando la veas bailando vas a ser incapaz de hablar con ella, y quieres sorprenderla, no parecer un idiota.



Quedan dos curvas para llegar. He frenado considerablemente y dos motos me adelantan por la izquierda pitando y gritando: ¡Ey, tú, atontado, feliz año! Son sólo algunos de mis amigos, que también parecen acelerados. Miro por el retrovisor para ver si viene alguien más, pero tras comprobar que no hay nadie,veo mi propia imagen en el espejo y me doy cuenta de mi despiste: ¡Mierda! ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Joder! ¿Cómo se me ha podido olvidar afeitarme?¡Estoy en la nubes! No es que tenga mucha barba, pero es la primera cagada de la noche y ni siquiera he aparcado aún. Bueno, calma, tranquilidad. Podría ser peor. Aunque ¡menudo consuelo de idiota integral! : siempre puede ser peor. No, en serio, es una estupidez amargarse por esto. Además a algunas chicas les parecen sexys los hombres con barba. No tengo información sobre los gustos de ella en este caso, pero me parece un mal menor porque ante todo hoy tengo muy buena cara.

Aparco cerca de las motos de mis amigos y salgo del coche. Uno de ellos se abalanza sobre mí dándome un abrazo, me frota la cabeza y dice:



  • ¡Feliz año tio! ¿Se puede saber desde cuando eres una vieja conduciendo?¡Vaya manera de pisar huevos!
  • ¡Buah, chaval, menudo pedo nos vamos a pillar!- dice a gritos el otro desde su moto
  • ¡Feliz año, tio! Nada, iba distraído dándole al coco. - digo sin ganas de explicarle lo que me reconcome.
  • ¿Y de qué vas disfrazado,tronco?- me dice con cierto sarcasmo y aparentemente extrañado por mi forma de vestir.
  • ¡Pero si voy prácticamente igual que tú, gilipollas! Eres un vacilón de la leche...
  • No, perdona, no tiene nada que ver. Yo voy de músico desarrapado metido dentro de un traje, y tú vas hecho un pincel chaval... ¿¡A que va muy guapete?!- pregunta buscando apoyo a su afirmación en su amigo, pero éste está a lo suyo chateando con el móvil y fumándose un cigarro- Tú hazme caso, que esta noche triunfas. Además te has dejado la barbita así rollo desenfadado, que por alguna razón que nunca entenderemos las vuelve locas...


Se oyen unos tacones que se acercan, y mi amigo sigue a lo suyo diciendo lo que a su juicio son los mejores puntazos de mi look. Me ha llamado la atención bastante que en apenas tres segundos haya convertido lo que yo he calificado como la primera cagada de la noche en algo que le aporta sensualidad a mi apariencia. No obstante, la prueba de fuego vendrá más tarde, cuando esa loca me vea con estas pintas teóricamente atractivas para chicas como ella.

Los tacones se acercan, pero mi amigo sigue dándome razones por las que considera que triunfaré sin lugar a dudas. En la oscuridad de la noche apenas puede diferenciarse la figura de la dueña de esos tacones acercándose a nosotros con unos andares muy femeninos:



  • Si no fuerais dos tíos diría que éste está intentando ligar contigo- dijo la recién llegada dejando cortado a mi amigo.
  • ¿Y quien te dice a tí que no nos va el rollo gay, preciosa?-dice chulesco para intentar disimular lo mal que ha quedado delante de ella.
  • Sí, seguro. Sobretodo a ti ¿verdad corazón? Lo mismo no me has mirado las tetas diecisiete veces desde que he llegado. Y ojo, que estamos hablando de entre cinco y siete segundos...- sonríe maliciosa.
  • ¡Es que vas provocando, hija mía!- añade admitiendo lo obvio y haciéndole el inevitable repaso con la mirada.
  • Bueno chicos dos besos, feliz año y esas cosas ¿no? Que así de sosos parece que no me conocéis o algo así.

-------------------------------------------------------------



Tras decir esto se acerca a mí, y cuidando no mancharme de carmín me da dos besos. Al ver que hay una mujer besuqueando al personal, hasta apurar el pitillo merece la pena, y mi otro amigo se acerca para saludar a la recién llegada. Mientras ella besa a mis dos amigos yo me fijo en la originalidad de su vestido. No sabría muy bien como describirlo, pero es negro, y corto, y escotado. Va impresionante la verdad. Seguro que si se lo propone es capaz de hacer lo que quiera con mi amigo quien, sin cortarse, le ha mirado el canalillo unas diez veces más. Pero aunque esté provocativa, a mi me saben a poco sus escasas curvas: donde estén las de la chica de los tacones rojos, para mí que se quiten hasta las de la carretera. Y es que yo creo que son más peligrosas las curvas de una mujer que las del asfalto. Aunque está claro que en ambos casos, si se sabe conducir bien, es mucho más emocionante y divertido un camino irregular que una autopista. Muchas horas en la autopista, se hacen monótonas y acaban cansando.



Ahora que me fijo, esta loca no lleva nada rojo a la vista, aunque yo creo que todos tenemos fichadas sus bragas por culpa de las fotos que se dedicaron a enviar varias de ellas esta tarde. ¡Joder, si es que esto es acojonante! Nunca sabemos por donde van a salir las muy cachondas.

Llegan dos motos más y en una de ellas van dos de las locas partiéndose de risa. Antes de que ellas se acerquen, mi amigo trata de meterle la última ficha a la chica con la que lleva ya unos minutos ligoteando porque sabe perfectamente que cuando las mujeres se juntan son más difíciles de conquistar: la intimidad es mucho mejor para ligar. Así que dice:



  • La verdad, no te hemos conocido con lo guapa que estás. Hemos debido de pensar: “ ¿Cómo siendo tan asquerosamente borde es capaz de parecer una sex-symbol?”
  • ¡Idiota!- dice propinándole un puñetazo en el brazo. Tiene que parecer enfadada, pero le ha gustado el comentario.
  • ¡No te enfades tonta! Si además de espectacular eres mucho más lista que la mayor parte de esas mujeres. Lo tienes todo, preciosa. Y encima me llevas un sujetador y unas braguitas de encaje que.. ¿Cómo decirte? ¿En que hora se te ocurrió mandar esa foto?



A ella no le da tiempo a contestar nada porque llegan sus tres ruidosas amigas y rompen la magia del momento. Hay un segundo de silencio, y los dos se miran. Yo rompo el hielo felicitando el año a las tres recién llegadas que, entre gritos y risas, me felicitan a mí prácticamente al unísono. Todas van muy arregladas y maquilladas. Me da la sensación que entre las cuatro van vestidas como por parejas: dos de rojo y dos de negro. Cada una con su toque personal e intransferible, pero a fin y al cabo parecidas.



Después de cuchichear algo durante unos segundos, las cuatro amigas se dan la vuelta y entre chillidos, bromas y carcajadas, se dirigen hacia el restaurante donde pasaremos parte de la noche. Como si estuviésemos hipnotizados por la locura que desprenden, nosotros tres nos miramos y las seguimos decididos, aunque a cierta distancia. A pesar de la altura de sus tacones, las cuatro parecen desenvolverse muy bien en el irregular suelo que hay bajo nuestros pies. Y por lo que se ve,más de una y más de dos tiene estudiado a la perfección el movimiento de caderas ideal para no pasar desapercibidas. Ahí van cuatro de las locas: haciéndose notar, pisando fuerte, sonriendo al mundo. Faltan otras muchas por llegar, pero sin lugar a dudas, cada una de las locas que forman la piña tiene muy clara la importancia de saber comerse el mundo tanto en grupo, como por separado.

Sinceramente, a menudo siento que a pesar de que los hombres tenemos que simular que a chulos no nos gana nadie, cuando se nos planta delante la loca adecuada, nos quedamos en bragas. No permitiremos que se den cuenta, pero verdaderamente son ellas las que mejor juegan sus cartas.

A mi izquierda alguien ya está decidiendo en silencio cual de los cuatro culos le gusta más mientras se fuma otro pitillo. A juzgar por su grado de empanamiento, tiene toda la pinta que se está basando bastante en las respectivas ropas interiores que cada una de ellas dijo que luciría. ¡Son unas manipuladoras! Van a tenernos hoy a todos con la mente imaginando esa ropa interior en sus respectivos cuerpos. ¡Quieren desconcentrarnos! Aunque yo tengo clarísimo que preferiría ver la que nadie ha visto aún en ese chat. Y yo ya me desconcentro con una foto en la que ella sale con una toalla en la cabeza y los hombros desnudos. Bueno, bueno, nada de pensar más en esa foto. Al menos no cuando ella venga.



Por la cuesta que baja hasta aquí se oye un estruendo de motos y coches bastante importante: parece cómo si se hubieran puesto de acuerdo para bajar todos a la vez. Nosotros siete nos quedamos a medio camino entre el aparcamiento del que vendrán todos los que acaban de bajar y el restaurante, como si necesitásemos guardar energías para lo que queda de noche y no nos mereciese la pena ni andar ni desandar por el momento. Han bajado casi todos, pero ella no: no está su moto. Bueno, ya bajará. Aún son las doce y media pasadas. No hay que perder la esperanza por gilipolleces. Aunque es un poco raro que no haya bajado con el resto de sus amigas.

Por un momento me asalta la duda ¿Y si se ha quedado en Madrid para celebrar la nochevieja? ¡No! ¡Qué estupidez! Si ella ha sido la primera en empezar a comentar en el chat sobre la fiesta de esta noche, y ha hablado de su vestido, de sus zapatos, y ha mandado la maldita foto que me desconcentra... Lo que no ha enseñado ha sido el tanga rojo que tanto me gustaría que llevara.¡Joder!¡ siempre acabo con lo mismo!



Doy un par de besos a unas cuantas chicas a las que miro, pero no veo realmente. Yo sigo a lo mío. ¿Dónde se habrá metido entonces? Seguro que baja enseguida, no hay que agobiarse. Una de las chicas que me besa en la mejilla me devuelve a la realidad: ¡Qué bien huele! Le regalo una sonrisa que me sale espontánea, y ella, encantada con mi regalo, me coge de la barbilla diciendo :



  • ¡Qué guapo estas tu hoy! ¿no? Me encanta tu corbata.
  • Si, si, vamos. Nada en comparación contigo - digo sin necesidad de haber visto lo que lleva puesto – Desde que tú y yo lo dejamos cada día estás más guapa, y mira que era difícil- me fijo más detalladamente y me da la sensación de que ese vestido ya lo he visto antes.
  • Claro. ¿Qué esperabas? Me he empeñado en restregarte en la cara lo que te pierdes porque no tengo nada mejor que hacer. - se pasa las manos por el costado la cintura y las caderas dando a entender que sus exuberantes curvas ya no son para mí. Levanta una ceja y añade-Pero, ¿qué dices, atontao? Si está claro que tú ya babeas por otra que yo me sé. Tú a mí me querías cuando fuimos juntos a comprar este vestido para mi graduación ¿Te acuerdas?- Dice dando una vuelta y dejando que su falda de vuelo gire con gracia- “ Definitivamente el rojo te sienta bien, bla,bla,bla” Me dijiste después de que me probara unos quince vestidos. Y después,te metiste en el probador...
  • ¿De verdad piensas que me he olvidado de aquel día en el probador estrenando tu vestido? A ver, que el alzheimer a esta edad ya puede empezar a mostrar sus primeros signos, pero créeme que ese día no se me borrará de la cabeza nunca- es verdad que le sienta muy bien, pero parece haberse dado cuenta de que hace tiempo que su mejor amiga me tiene atontado.
  • Tranquilo, que no soy una exnovia psicópata que sigue enamorada de ti. Sólo me he puesto este vestido porque sé que funciona. Os provoca alguna reacción extraña- levanta una ceja me mira con sarcasmo y añade- está comprobado. No eres el único que pretendes triunfar esta noche ¿sabes?
  • ¡Pero de que vas listilla!¿Quien te dice a ti que yo para ponerme guapo tenga que tener una buena razón? ¡Pareces mi madre! Yo creo que por eso os lleváis tan bien...
  • A mi no me engañas. Te conozco de sobra. Casi sabría decirte donde tienes todos y cada uno de tus lunares. Así que tienes dos opciones- me dice mientras se muerde el labio inferior- O bien sigues negando lo que me parece tan obvio y te lo curras tú solito, o bien confiesas y cuentas con mi ayuda. ¿Qué me dices?
  • Bueno, no tengo mucho que decirte, ya sabes todo lo que necesitas saber. ¿Me ayudarás?- cedo finalmente porque sé que es mucho mejor tenerla de mi lado
  • ¡Ay, qué guapo estas cuando me das la razón! Pero es que eres tan transparente, corazón. Claro que te ayudo, aunque he de decir que me ha impresionado verte tan, tan... así como vas. Estas increíble. No te costará demasiado seducirla si eres tú mismo, y menos aún si va borracha. Lo mío es otra historia, pero bueno...- no entiendo muy bien a lo que se refiere, pero no parece entusiasmada con la idea de hablar sobre ello, así que no pregunto y sigo escuchando- Espero que el vestido funcione en el momento oportuno. Vamos a divertirnos ¿no?- sin esperar a mi respuesta ella me coge del brazo y se dispone a andar hacia el restaurante. Con lo bien que huele, con ese vestido rojo tan sumamente sexy que elegí yo en su momento, y con todos sus encantos, (que ciertamente no le faltan), yo tengo claro que para ella ésta también será una buena noche.


Es alucinante lo idiota que puedo llegar a ser: por un momento he pensado que se había puesto ese vestido porque me echaba de menos. ¡Soy un estúpido! Si fue ella la que se enamoró de otro y quiso dejarlo. Y lo pasé mal. Bastante mal. Pero eso es agua pasada, y la prueba está en que ahora ni siquiera había reconocido ese vestido a primera vista. Así que supongo que, con mi cabeza loca perdida por su mejor amiga, y con ella ofreciéndome ayuda en son de paz, esto se puede considerar la reconquista de la amistad en toda regla. Y la verdad es que me alegro: la echaba de menos. Ella también está loca, y me ha faltado durante este tiempo su cachito de locura inundando mis días.



Ella y yo entramos en el establecimiento. Me tiene cogido por el hombro. Parece mayor, más madura y más decidida que nunca. Es como si por arte de magia hubiera enterrado la inseguridad en un cajón y se hubiera hecho consciente de sus poderes. ¿Quién lo iba a decir? Aquella niña que necesitaba probarse quince vestidos para encontrar uno con el que se sintiera cómoda, hoy parece segura de que dentro de ese está arrebatadora. Espero que el marica que se la llevó de mis brazos no haya sido la única causa de este cambio. Porque aunque parece claro que con ese mierda ya está todo muerto, no puedo evitar que me saque de quicio la idea de imaginarla con él.



En el restaurante ya debemos de ser unos treinta del grupo. Ella y yo nos acercamos a donde se encuentran. Por un momento creo haberme olvidado de toda la responsabilidad que pesa sobre mí esta noche, y relajado felicito el año a los que hasta ahora no he tenido tiempo de hacerlo. Yo me quedó en unos sillones con la mayoría, mientras que mi cómplice se va directa a la barra a pedir una copa. Me tienta la idea de tomarme una yo también, pero reflexiono y concluyo que es mejor esperar. Aún es pronto para darle al alcohol, sino cuando llegue el momento que estoy esperando no estaré en plenas facultades. Ella vuelve con una copa de champán a la que le ha invitado el camarero. Da un sorbo y me sonríe de nuevo. Esta noche no ha dejado de hacerlo. Tras unos segundos se acerca a ella el camarero por detrás y le hace un gesto que da a entender que quiere hablar un momento. Yo me quedo confundido: la verdad espero que no fuera a él al que se refirió ahí fuera cuando me dijo que yo no era el único que pretendía triunfar esta noche. Se intercambian unas palabras y ella se ríe. Él debe de ser tres o cuatro años mayor que ella, o incluso más porque esta noche es difícil adivinar que ella sólo tiene dieciocho años. Les miro descaradamente y advierto que ese tipo sólo es un camarero baboso que pretende llevársela al huerto por el simple hecho de haberla invitado a una copa. Ahora ella parece aburrida con la historia que él le cuenta para tratar de impresionarla. Juguetea con sus labios con el filo de la copa, y me resulta tan sugerente como una de esas chicas que se liga James Bond en sus películas. Me echa una miradita como suplicando que la salve de tal encerrona. Debería de ir y decirle a ese imbécil pagafantas que es mi novia y que no se pase de listo, o que es mi hermana pequeña y que ni se le ocurra tocarla. Al fin y al cabo, mentiras no son: fue mi novia mucho tiempo, y salvo estos últimos meses que hemos tenido después de la ruptura, siempre ha sido como mi hermanita. Ella sigue pidiendo ayuda mientras trata de disimular. Y entonces comienza a sonar una canción que claramente es una oportunidad perfecta para salvarla, porque aunque parezca demasiada casualidad acaba de empezar a sonar una canción que relata a la perfección lo que me separó de la chica que ahora va con el vestido rojo sexy. Y es que es tan parecida la historia, que me asusta cada vez que la oigo. Pero estoy seguro que ella reaccionará porque es imposible que no se vea identificada también. Y no me equivoco: ella me mira y se ríe. Sabe lo que pienso. Estoy completamente muerto de vergüenza y ella lo sabe, pero esta canción también supone un “ahora o nunca” para quitarse al pesado de encima. Así que me acerco a ellos dos como quien no quiere la cosa, sin aparentes intenciones. El camarero parece molesto con mi llegada, pero ella sigue riéndose ahora más escandalosamente. Sin que yo diga palabra, y ante el asombro de él, ella se dirige hacia mí directamente:

  • ¿Bailas?
  • Me estás vacilando ¿no?
  • ¡Oh! ¡Venga, vamos! Es una canción perfecta para que la bailemos. Prometo ser buena y no cantarla, tan sólo quiero disfrutar de este momento en el que acabamos de firmar la paz bailando contigo.
  • Sabes que lo mío no es bailar...
  • Como si no te hubiera visto yo miles de veces hacerlo. Si prácticamente me conquistaste bailando.- Me sonríe y me mira pícara.
  • Pero ¿Tiene que ser esta canción?
  • Sí, si. ¿Se te ocurre alguna mejor? ¡Oh, vamos que se va a acabar!



Finalmente cedo, y ella ensanchando aún más su sonrisa me saca a bailar como si lo hubiese estado deseando una eternidad. El camarero no entiende nada, y ve a su presa alejarse conmigo de la mano.Como cazador sin balas, se vuelve a la barra resignado y sin demasiadas esperanzas de encontrar otra chica como aquella a la que invitar a copas.

Nosotros dos nos vamos de la mano hacia el centro del restaurante. Estoy frente a ella y me mira clavando sus ojos en los míos. Esa mirada me intimida casi ordenándome que baile. Y yo obedezco, y ella se anima también mientras sigue sonando esa canción. Al contrario de lo que pensaréis no es la canción que sonaba el día que nos conocimos, ni la que puse aquel día en la que nos lo pasamos tan bien en mi coche, ni siquiera es de nuestro grupo favorito, y tampoco nos decía nada mientras estábamos juntos. Además es la típica canción de los ochenta que no te das cuenta de cuanto dice hasta que no la escuchas un día por casualidad cuando estas jodido como nadie. Devuélveme a mi chica de hombres G no podía ser más oportuna esta noche. Ella baila bien, tan bien que contagia. Ella baila por bailar, pero lo hace enloqueciendo. Saca su locura a la luz, y en cada estrofa baila sonriendo porque sabe que la letra de esa canción acompaña a nuestra historia. Sus caderas marcan el compás, pero se para en seco cuando oye la frase “Cuando se besan lo paso fatal”.Es tan transparente que veo que esa frase ha sido cómo algo dentro que le duele al darse cuenta que no sólo me abandonó, sino que se dedicó a enseñarme lo feliz que era con ese, ese... mamón. Pero enseguida vuelve a bailar porque ahora me ve sonreir. Se da cuenta de todo, incluso cuando mira de reojo, y como ella advierte yo estoy ahí: disfrutando. Ciertamente me muevo con torpeza, pero eso es algo que ella ya sabe. Es una sabelotodo que se fija tanto en los detalles que diferencian a las personas entre sí, que de sobra sabe que yo estoy disfrutando del jugo de volver a bailar con ella sin intenciones ni malos rollos. No importa cuanto ni cuan contundente le diga yo que lo estoy pasando horrible, porque ella con echarme un vistazo ya ha adivinado que estoy pasándolo bien deleitándome con lo bien que se mueve.



¡Con todo lo que bailamos nosotros dos en el pasado! ¡Con todas las canciones que nos merendamos entre besos y más besos al son de alguna canción! Los recuerdos se entremezclan con mis sentimientos actuales. La canción sigue sonando y no paramos.“Me quitaste lo que más quería” me clava la mirada como preguntándome si toda la letra es tan cierta como se teme “ Y volverá conmigo, volverá algún día”. Definitivamente hasta su vuelta en son de paz se cumple. ¡Qué sexy está tan despeinada, joder!Siempre me encantó verla bailar. Pero quizás lo que más me gusta es que ni quiere seducirme ni quiero hacerlo yo. Es cierto que hoy ella podría seducir a cualquiera, pero,ante todo, esto es sólo un baile entre amigos para refrescar buenos recuerdos.

¡Un momento!¿Y si llega ahora la chica que quiero seducir esta noche y nos ve aquí tan pegados?Igual se piensa lo que no es. ¿Qué hago si eso ocurre? ¿Me separo, o hago ver que lo disfruto? Bueno, en realidad si se pone un poco celosa será porque le tiene envidia a su amiga. Así que da igual quien entre por la puerta. Disfruto al máximo de los últimos compases de la canción.



Finalmente se acaba y nos dirigimos hacia los sillones del fondo del restaurante para descansar. Casi nadie ha bailado esta canción. Y algunos nos miran recelosos de que una pareja tan mítica como la señorita del vestido rojo y yo nos hayamos echado un bailecito a esa distancia. Pero a nosotros nos da igual lo que piensen, porque tenemos claro que nuestra alianza es para hacernos más fuertes y conquistar a quienes verdaderamente queremos con nosotros. Supongo que la atracción entre dos personas no muere, o al menos tarda mucho tiempo en morir. Al fin y al cabo, si está buena y me atrae, no es culpa mía. Y tiempo atrás, para mí no hubo más que ella.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

muerde la vida

HAIRCUT from MAMMOTH on Vimeo.