Ser único. Ser feliz.

- Eso no es normal

- Lo sé. Pero, ¿quién quiere ser normal?

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Titulado: morbo embotellado

Embotellaba el morbo y luego me tentaba con él. Dulce tentación aquella, aunque terroríficamente similar a la que puede sentir  un alcohólico con vodka embotellado. Dicen que para medir el grado de dependencia que sufres es conveniente observar hasta cuantos grados llega tu tolerancia, y a menudo me asombraba hasta dónde podía  subir la temperatura entre los dos sin que ninguno quisiera separarse. Él siempre esperaba a leer en mis ojos la sequía para sacar sus armas y rozarme con sus ganas, que aunque ahogadas por las circunstancias, parecían verdaderas. Y probablemente me atraía justo eso: el quiero y no puedo. El no saber cuando iba a atacarme por sorpresa. Pues era buen estratega, y yo lo sabía por experiencia. Antes solía planear ataques  tan efectivos que me dejaban rendida y desarmada, aunque nunca conseguía que vencer fuera fácil: ante todo  yo no iba a dejarme ganar así como así, sobretodo porque cuando más disfrutábamos era jugando.




Sus ojos brillaban cuando yo sonreía, aunque él sabía que esa sonrisa ya no era para él. Solía emborracharse y usaba el alcohol en sangre como excusa para ganar terreno, porque con o sin intenciones, le gustaba sentir mi sangre helada junto a la suya hirviendo los sábados por la noche. Le gustaba también jugar. Sabía siempre cuando le estaba mirando, porque entonces y sólo entonces, mostraba los restos de carmín en su cuello. Un carmín que no era mío, y que aunque a menudo seco, a mi me hacía de rabiar. 
Yo rabiaba, y él disfrutaba de esa rabia que a mi me hacía recordar. Le gustaba verme enfadada, y hacía como si nada cuando me veía mirar. Pero  a mi también me gustaba la carita que ponía cuando la que jugaba era yo, aunque entonces solía enfurruñarse y mirarme desafiante.


 Alguna vez, se acercó a decirme que eso era juego sucio, y después me estrujó entre sus brazos a modo de tratado de paz. Además, aquellos tratados fueron impresos con tanta tinta como ganas de disfrutar del juego, pero yo nunca  firmaba la paz porque sabía de sobra que tras mi rendición vendrían los cañonazos.  Así que, solía quedarse  mirándome con  ganas de rendirse y hacer el amor de una vez, con ganas de no más guerra . Incluso me ponía ojitos de dejar urgentemente paso a la lucha de almohadas, sábanas y colchones entre las estrategias para ponernos celosos y esas estupideces. Pero al fin y al cabo  jugábamos los dos, y aunque a veces dolía, también nos deleitábamos con las victorias propias.

Alguna vez sus ojos confesaron que las noches en las que me daba por bailar le apetecía enterrar el orgullo, pero siempre se limitaba a mirar desde lejos con una copa en la mano y una media sonrisa en la cara,  que yo no sabía muy bien que hacía ahí dibujada. También  se irritaba cuando veía mis medias rotas imaginando quién podía habérmelas destrozado a base de noches de infarto. Aunque en el fondo, quería pensar que no era más que mi despiste natural, el culpable de mi falta de glamour constante. Así que, casi siempre,le gustaban más mis medias rotas que mis medias enteras, ya fuera porque se me hubieran roto a mí, o porque las hubiera roto él en algún momento. Lo que no le hacía demasiada gracia, era la idea de que yo hubiera dejado a otro que me rompiera las medias o me despeinara más de lo estrictamente necesario.
Por mi parte, más de una vez me daban ganas de saltarme las normas, las palabras y las barreras, pero siempre recapacitaba a tiempo, aunque luego me sentía idiota por recapacitar tanto si yo  le quería conmigo. 

Yo sabía de sobra que a mi no me iban los  típicos tipos que trataban de seducirte siguiendo un procedimiento que siempre se repite, esos que no salen de la rutina ni para ligar. Y esta visto que no está de moda sorprender, así que esos tipejos prepotentes que se creen  que te hipnotizan con un par de guarradas preparadas, por desgracia abundan. Pero nunca fue ese su rollo, incluso creo que ni siquiera fue seducirme su primera intención, pero lo hizo a la perfección. Despacio, como mejor van estas cosas, dejando en el aire todo, pero cuidando que no murieran mis ganas en ningún momento. Siempre me tienta y me provoca, y de su boca sólo salen palabras que son sugerentes a más no poder. Y cuando me preguntan que es lo que a mi en un chico me importa, siempre explico que  así es como más me gustan los hombres: esos que te atontan cuando tienes los ojos cerrados, porque el amor es ciego y lo otro sólo es atracción ligada al sexo. Así que no niego la atracción, pero reafirmo que al corazón sólo llegan  realmente las cosas que no se ven. Quiero decir que cierto es que por mucho que a mi me seduzca lo de dentro, también se me cae la baba con lo de fuera, pero solo eso, la baba. Para que se me caigan los principios la razón y la ropa, a mi ya no me vale con una cara bonita. No es cuestión de encontrar un tipo guapo a rabiar que sepa pasar y enloquecer a toda mujer que ande cerca. Sé  que a quien  quiero es a él, que sólo me vuelve a mi loca, y que sabe como hacer ,que tan sólo un amanecer  me coloqué más que cualquier copa. Nunca quedé absorta sólo por sus ojos, su boca o su piel, él  supo hacer que me obsesionase con sus ansias de vivir bien, mientras sugería que como yo quedaban pocas.
Y que le voy a hacer, si él entre líneas sabe leer,y a mi me gusta escribir,aunque sea algo inusual de hacer. Pero, a él no le horrorizó que yo llenara folios de absurdas palabras mejor o peor escritas, no le gustaba lo normal, ni la perfección, ni aún menos las señoritas que con de aguja un tacón aparentan ser divinas del montón de la mujer fatal.



Me demostró siempre que él  sabe incinerar mi prudencia, y esperar con paciencia a que me rinda y me deje llevar. Porque del seducir hace ciencia, con esa labia y elocuencia que por raptarme las palabras, me deja sin hablar. Él. Quien, quiera o no, me deja sin sentido, y desde que le he conocido, poco es igual.  Él. Que cuando al fin se atreve a besarte, disfruta del plan de lo no planeado, que sólo con tenerte al lado, suspira y pide más. Él. Que con un beso hace arte, y dejando lo vivido a parte, a diario me pregunto hasta cuando vamos a jugar.

Pauli.

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